Un viaje hacia mi misma
En el momento menos esperado, apareció Sara Levita en mi vida con una invitación que lo cambiaría todo. “¿Y si hacemos este viaje juntas?”, me dijo. No era solo un viaje. Era un llamado, una oportunidad de soltar, dejarme llevar y reencontrarme. Así, junto a mi amiga y socia en Mundo Bienestar, Romina Chevonkon, emprendimos una travesía que nos llevaría a Vietnam, Camboya y Tailandia. Una aventura que, aunque parecía externa, resultó ser profundamente interna.
- Vietnam: la danza de lo antiguo y lo eterno
Hanoi fue nuestra primera parada, una ciudad donde la modernidad y la tradición parecen susurrarse secretos. Caminamos por el pueblo antiguo de Duang Lam, donde las calles parecían guardar historias milenarias. La pagoda de Tran Quac nos regaló un espacio de calma en medio del bullicio, y desde allí fuimos descubriendo más.
Visitamos la Bahía de Ha Long, un espejo de agua infinito salpicado por islas que se erguían como guardianas del tiempo. En las cuevas de Mua, en la montaña de Ngoa Long, cada escalón parecía llevarme más cerca de mí misma. La pagoda de Bich Dong y la cueva de Sung Sot se sintieron como portales hacia lo sagrado.
Hue, la Ciudad Imperial, nos recibió con su majestuosidad. Desde un barco dragón, navegamos el río Perfume hasta la pagoda Thien Mu, un lugar que parecía flotar entre lo terrenal y lo divino. Y luego, en la montaña de Ba Na, el Puente Dorado, sostenido por las manos de piedra, nos recordó que los sueños también se sostienen si tenemos fe en ellos.



- Camboya: el corazón que late en piedra
En Siem Reap, Camboya, las puertas de Angkor Thom nos dieron la bienvenida, mientras los rostros del templo Bayon nos miraban con una serenidad sabia. Caminamos por la Terraza de los Elefantes y la del Rey Leproso, y nos sumergimos en el misterio del templo Ta Prohm, donde las raíces de los árboles abrazan las piedras como si fueran parte de un mismo ser.
Y entonces llegó Angkor Wat. Allí, frente a esta séptima maravilla del mundo, comprendí lo que significa la eternidad. Fue un momento de conexión, de reverencia, de gratitud. Más tarde, recorrimos las calles de Siem Reap en tuk-tuk, visitamos templos como Banteay Srei, Pre Rub y Preah Khan, y cerramos nuestra estadía contemplando los paisajes desde la colina de Bakheng.
- Tailandia: el presente como un regalo
Bangkok nos recibió con su caos encantador. Entre templos como Wat Trimitr, Wat Po y el majestuoso Gran Palacio, la espiritualidad parecía impregnar cada rincón. En Wat Phra Kaew, el Templo del Buda Esmeralda, entendí que el verdadero templo está dentro de uno mismo.
Chiang Mai fue otro mundo, más íntimo y sereno. Subimos al templo de Wat Prathat Doi Suthep, desde donde el horizonte se abría como una promesa. Allí también conectamos con la naturaleza y la tradición: visitamos el santuario de elefantes de Kanta y las mujeres jirafas, guardianas de su cultura milenaria.
Phuket cerró nuestro viaje con la paz de sus playas. Las aguas cristalinas de Phi Phi y el susurro de las olas fueron un recordatorio de que la vida puede ser tan simple y hermosa como un atardecer en la arena.
- El retorno: un nuevo comienzo
Rodeada de paisajes bellos y buena compañía, me encontré conmigo misma. Este viaje no solo fue un recorrido por tierras lejanas, sino un encuentro con el presente, con el aquí y el ahora. Me llené de sabiduría, amor y la certeza de que las cosas fluyen cuando las dejamos ser.
Viajamos, no para escapar de la vida, sino para que la vida no se nos escape.
Gracias a todos los que hicieron posible esta experiencia.
Namasté.